La mala práctica de reducir la acera | |
Acera / William Dumont
Pero no siempre el resultado es ganar o mejorar el espacio. Muchas veces es por comodidad de los constructores y el consentimiento de las ingenierías municipales. Poquísimas veces se toman las previsiones que por norma corresponden en esos casos: crear corredores protegidos para los que caminan. La mala costumbre es que de la noche a la mañana, como un hongo, nace un muro. O, con la misma lógica clandestina de un grafiti, surge una cerca con alambres de púa. Y, suponiendo que se mantenga la amplitud original de la acera, empíricamente sabemos que todo muro o elemento que limita físicamente un área per se reduce nuestro espacio vital. Nadie en su sano juicio camina pegado a las paredes, como tampoco suele hacerlo por los bordes hacia la calzada. Muchos de estos muros no nacen para resguardar materiales y dinámicas dentro de una parcela en construcción; con demasiada frecuencia son un fin en sí mismos: para separarse de la calle, para ocultarse, para no tener nada que ver, ni de dentro hacia fuera y menos de fuera hacia dentro. En estos tiempos en que se plantean ejercicios colectivos contra la violencia y la acción delictiva, y que se habla tanto de construir un clima de paz, una exigencia sería que, como mínimo, las edificaciones públicas dieran el ejemplo y rompieran esos cercos del miedo. Lo público no puede enquistarse en sí mismo, encerrarse, sino ser discurso de apertura. En vez de levantar más muros y cercos físicos, integrarse a la calle.
Fuente: El Nacional
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