Fuente: eleconomista.es
Durante los años de la crisis, los proyectos urbanísticos que han llegado a buen puerto pueden contarse con los dedos de una mano, y se han caracterizado, en términos generales, por localizarse en zonas premium de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona y contar con la flexibilidad y apoyo incondicional de las Administraciones. Como ejemplo, la denominada Operación Canalejas, que se está ejecutando actualmente en pleno centro de Madrid y que ha requerido una complejísima tramitación urbanística para permitir la implantación de un régimen de usos ad-hoc, el enlace de hasta siete edificios con diferentes niveles de protección urbanística y una inversión privada estimada superior a 500 millones de euros, que se espera genere 4.800 empleos. Un cambio de tendencia
En los últimos meses parece notarse un cambio de tendencia, impulsado principalmente por grandes operaciones en las que el sector público y el sector privado están yendo de la mano.
Así, recientemente y tras más de 20 años de negociaciones multilaterales, aprobaciones y modificaciones de instrumentos de planeamiento, se ha dado una primera luz verde a la Operación Chamartín, que supondrá la ampliación del madrileño Paseo de la Castellana en 3,7 kilómetros para desarrollar un nuevo e inmenso ámbito en el que se combinarán distintos tipos de usos, principalmente, residencial, terciario en todas sus categorías y dotacional público.
Más allá de las tachas de electoralismo y especulación que se le achacan al proyecto, el nuevo Distrito Castellana Norte, con una inversión esperada de casi 6.000 millones de euros, parece venir a cubrir una parte relevante de las necesidades de desarrollo urbano de la capital durante los próximos veinte años.
En la misma línea, operaciones como la proyectada para los antiguos cuarteles de Campamento en Madrid, sobre la que parece que inversores extranjeros ya han puesto sus ojos con la idea de desarrollar un gran ámbito de usos múltiples; la relativa a la reordenación y gestión de los suelos en que se ubican actualmente las cocheras del Metro de Madrid para permitir la construcción de un modernísimo complejo de más de 400 viviendas en pleno distrito de Chamberí (Residencial Metropolitan); o las proyectadas para la remodelación y reconversión de inmuebles emblemáticos de la capital como el Estadio Santiago Bernabéu o el Palacio de Congresos.
En este sentido, es significativo que el Avance del Plan General de Ordenación Urbana de Madrid pusiera su foco en la flexibilización de los usos y la regeneración urbana, potenciando el desarrollo de actividades económicas generadoras de empleo sin renunciar a los regímenes de protección aplicables y apostando por poner en valor la ciudad consolidada (frente a su expansión). Parece que la relevancia a futuro de las actuaciones de reforma interior sobre el suelo urbano se incrementará de forma exponencial.
Hay que revisar la situación del suelo
La otra cara de la moneda son los nuevos desarrollos de suelo que se estancaron con la llegada de la crisis y que, ahora, con la recuperación, se hará necesario replantear: continuar, echar el cierre o adaptarse a la nueva realidad económica y social. Con excepción de los suelos próximos a las grandes ciudades (cuyos proyectos de urbanización pudieron en muchos casos salvarse mediante la racionalización de los plazos o su división en fases), nuestra geografía presenta innumerables iniciativas urbanísticas bloqueadas por el estallido de la burbuja (propietarios de suelo insolventes, ausencia de demanda, desarrollos mastodónticos fuera de mercado?).
El inicio de la recuperación del sector parece buen momento para revisar la situación de estos proyectos y tratar de ponerlos en valor o, al menos, estar en disposición de tomar decisiones para liberar los recursos comprometidos y minimizar la pérdida.
En ambos casos, la flexibilidad, la colaboración y la agilidad de la Administración serán cruciales para que la recuperación del sector inmobiliario en España sea una realidad. Más aún si se quiere potenciar una inversión extranjera que empieza a percibir a España, otra vez, como un país atractivo para invertir en suelo.
Fuente: El Economista
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