Fuente: CAV
El problema había atormentado a los parisinos desde hacía siglos, pues aunque sus históricos proyectos para el control de las aguas residuales eran brillantes, éstos siempre se veían superados por el desbordante crecimiento de la población. Además, la llegada de las grandes industrias y sus devastadores contaminantes durante las primeras décadas del siglo XX no hizo más que empeorar las cosas. La condena no era definitiva. A partir de 1964 los franceses endurecieron sus leyes ambientales y pusieron en práctica un plan de saneamiento. El procedimiento consistió en el aumento de las concentraciones de oxígeno disuelto en el río y la instalación estratégica de 11 plantas de tratamiento de residuos, las que, además de evitar la contaminación de las aguas residuales, también recargan las reservas subterráneas de las que París obtiene 50% de su agua potable. El día de hoy este número de plantas ha crecido a más de 2 000, han retornado hasta 26 de las especies de peces endémicas y existe la expectativa de tener al Sena completamente recuperado para 2015. Un caso muy similar es el experimentado por el río Támesis, también dado por muerto desde el siglo XIX a causa de las actividades industriales y las crecientes descargas de aguas residuales favorecidas por la invención del inodoro. La contaminación era tal que el consumo humano de sus aguas sirvió al célebre John Snow para desarrollar los primeros estudios de la epidemiología moderna. En años recientes este río londinense se ha recuperado por completo gracias a la instalación de un sistema de cloacas para controlar las fuentes contaminantes en sus riberas. Posteriormente, dos plantas de tratamiento, cuyo valor asciende a 330 millones de dólares, procesan todas las aguas negras. El diseño del sistema permite que los residuos que se capturan sean incinerados para transformarlos en energía, que a su vez alimenta a las plantas tratadoras. Un círculo virtuoso.
Estas experiencias inyectan optimismo a un panorama actual donde, según el Consejo Mundial del Agua, los 500 ríos más grandes del mundo padecen problemas de contaminación y exigen métodos efectivos de saneamiento. Entre ellos destaca el enorme río Amarillo (China), el cual es escenario de un impresionante proceso de limpieza que atiende el exceso de limo (barro arcilloso) en el fondo y contribuye a la reducción de las inundaciones. Para reducir el nivel de estos sedimentos, cada año se inyectan gigantescas descargas de agua desde la presa Xiaolangdi que permiten deshacerse de millones de toneladas de residuos y bajar en varios metros el nivel del río. Una maniobra tan digna de observarse que incluso se ha convertido en atracción turística.
Los métodos de limpieza pueden en realidad ser tan variados como las fuentes contaminantes. En el caso del río Hudson (Nueva York) hacía falta una solución creativa para retirar las 3 000 toneladas de compuestos de bifenilo policlorado, probables causantes de cáncer y problemas neurológicos que General Electric tiró sobre este cuerpo de agua durante décadas. Como la mayor parte de esas sustancias estaban depositadas en el fondo, la alternativa fue emplear un método conocido como dragado; es decir, la extracción de los sedimentos y contaminantes con ayuda de grandes cucharas montadas sobre embarcaciones (dragas), cuyo costo se calcula en aproximadamente 22 millones de dólares por cada kilómetro limpiado. El mismo procedimiento se emplearía con el Passaic (Nueva Jersey), un río contaminado con uno de los ingredientes del arma química conocida como agente naranja, aunque en este caso se han realizado previamente una serie de simulaciones mediante supercomputadoras para conocer con detalle la forma en la que se comportará el contaminante al ser removido de su sitio.
Otras operaciones aspiran a ser más amables con el ambiente. Tras la catástrofe del buque Exxon Valdez en 1989, donde el cansancio de la tripulación contribuyó al derrame de 40 millones de litros de petróleo sobre un arrecife de coral en Alaska, se buscaron soluciones para reducir de la mejor manera el impacto ecológico. Fue entonces cuando científicos norteamericanos observaron que ciertos microorganismos, en concreto las arqueas, tenían la capacidad para degradar total o particularmente cualquier sustancia orgánica. Este descubrimiento no sólo contribuyó a mitigar los daños producidos por el buque petrolero, sino también a fundar un nuevo campo de soluciones para atender esta clase de desastres, y que en la actualidad se ha diversificado notablemente: la biorremediación.
Por cada uno de estos casos puede haber decenas de otros mucho más desafortunados, para los cuales no existen soluciones programadas o incluso la conciencia sobre su situación real. Tal vez lo importante sea considerar que todas estas historias de transformación comenzaron con preocupaciones y demandas públicas, aún cuando las expectativas de recuperación estuviesen por los suelos y los procesos de saneamiento se llevasen decenas o incluso cientos de años.
Fuente: Francisco Martínez Nieto
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