La palabra más estremecedora de 2014 (y de los últimos años) es sin duda alguna ébola. La crisis sanitaria producida por el virus tiene múltiples aristas, pero hay una que me interesa especialmente: ¿Por qué le tenemos tanto miedo al ébola? La razón es obvia: dado que no hay vacuna, la inmensa mayoría de los infectados muere.
Dicho de otra manera, no existe conocimiento para derrotarlo. Al no haber defensa posible, infectarse con el virus del ébola equivale a una condena de muerte y por esa razón entramos en pánico. Si existiese una vacuna, el miedo menguaría inmediatamente. Dentro de algunos años, la humanidad mirará hacia atrás y pensará “pobrecitos ¿cómo es posible que a comienzos del SXXI se muriesen por culpa del ébola”? igual que nosotros nos compadecemos de la gente que fallecía por culpa de la viruela o la peste. La mejor manera de combatir el miedo es mediante conocimiento.
Aunque los seres humanos nacemos sin prejuicios, el mundo que nos recibe se ocupa rápidamente de enseñarnos que hay un sinfín de cosas a las que más nos vale tener miedo. El miedo es nuestro mecanismo de protección ante el peligro y activa un sistema de alerta para protegernos.
Esa reacción de supervivencia, tanto física como emocional, fue imprescindible cuando el ser humano estaba indefenso y a merced de poderosos enemigos, ampliamente superiores en fuerza y velocidad. Pero hoy claramente perdió ese sentido. Excepto algunas respuestas puramente biológicas, la inmensa mayoría de los miedos que padecemos son aprendidos en el contexto cultural en que nos movemos. Es decir, esos miedos son evitables y, en demasiados casos, nos paralizan y nos impiden desarrollar una vida más libre y placentera.
El miedo no es un elemento real y objetivo. Si tú tienes miedo de algo y otros no, significa que ese algo no produce miedo, sino que el miedo está en ti, es una construcción subjetiva de tu mente y por tanto es posible superarlo. El miedo es una emoción que surge de la interpretación que haces en una situación, en función de si puedes o no dominarla (muchas veces según el conocimiento que tienes por haberla vivido antes). Eso implica que es factible afrontarla sin tener miedo, pero para eso tienes que aprender lo que otros saben.
No es fácil porque el miedo tiene un componente irracional, pero, desde luego, no es imposible. Cuanto más conocimiento tienes, menos incertidumbre te generan las situaciones que debes enfrentar y mejor puedes superar el miedo. Un proceso de entrenamiento prepara para resolver las circunstancias más inverosímiles sin colapsar.
Es imprescindible distinguir el peligro del miedo. El peligro es toda aquella situación que pone en riesgo mi seguridad, mientras que el miedo es la reacción que tengo a esa amenaza. Ahora bien, cuando sé lo que debo hacer para enfrentar dicho peligro, mi reacción rara vez es de miedo. Lo que hago es encender todas mis alarmas, concentrarme y actuar con la máxima precaución para no equivocarme, porque soy consciente del peligro. Sin embargo, cuando no tengo el conocimiento para resolver la situación, cuando tengo dudas sobre si lo podré manejar o qué consecuencias negativas puede tener, porque nunca lo he hecho antes, entonces es cuando aparece el pavor: a si serás capaz de hacerlo, si te equivocarás, si sufrirás, a la incomodidad de quedar mal delante de otros (hacer el ridículo o a que se rían de ti).
Sabemos que hay situaciones que no puedes evitar, como que caiga un meteorito en la tierra o que ocurra un terremoto. Por tanto lo único que puedes hacer para disminuir el miedo es anticiparlas, prepararte con el conocimiento necesario y que no te tomen por sorpresa. Por suerte, esos sucesos son escasos. La mayoría de las veces, sí tienes margen de maniobra para impedirlos o, una vez ocurren, al menos puedes manejarlos. En ese punto, la pregunta es si estas equipado con el conocimiento adecuado y, en caso contrario, qué necesitas aprender.
En el mundo laboral, especialmente en tiempos de crisis, la principal tragedia que angustia a muchos empleados, sobre todo aquellos que ya traspasaron el ecuador de su vida profesional, es a perder el trabajo. El miedo surge por la duda sobre si mi conocimiento será útil para alguien, ya que de no ser así, me quedo sin empleo y sin ingresos. El terror a quedar cesante, a tener que renunciar a un status de bienestar y seguridad merecidamente ganados, desencadena a su vez dos miedos artificiales que perjudican gravemente a las organizaciones y a sus integrantes.
1. Miedo a compartir el conocimiento. Mientras antes se proclamaba que la información era poder, hoy se afirma que el conocimiento es poder. Lo que hace que una persona sea valiosa para su compañía es el conocimiento que tiene. Y la razón por la que una empresa decide prescindir de los servicios de cualquiera de sus colaboradores es porque su conocimiento ya no resulta necesario. Por tanto, tu empleabilidad depende del conocimiento que tienes y de tu capacidad de embarcarte en un proceso de aprendizaje continuo.
Esta lógica individualista necesariamente conduce a que las personas que atesoran conocimiento que la organización considera como crítico para el negocio (denominados expertos) sean conscientes de que su conocimiento es la principal razón por la que son insustituibles y muchas veces únicos. De tal manera que, en el momento en que perciben que ese conocimiento empieza a estar disponible para que otras personas lo adquieran, entienden que su posición de privilegio se ve seriamente amenazada, corriendo un alto riesgo de perder poder.
Es por eso por lo que su reacción natural consiste en guardarse lo que saben y evitar ponerlo a disposición de otras personas que inmediatamente pasarían a ser competidores internos por ese sitial exclusivo que hasta ese momento habían disfrutado en propiedad. La realidad es que ese miedo a perder la condición de indispensables es infundado y, en realidad, su posición difícilmente está en peligro.
El conocimiento que tiene un experto es el fruto de años de trabajo y esfuerzo, de muchísimas experiencias y de un intenso proceso de aprendizaje. Cualquier otra persona que aspire a acumular una cantidad de conocimiento parecida, va a tener que estar dispuesta a pasar por un proceso similar al que atravesó el experto. No existen los atajos.
Por esa razón, el stock de conocimiento de un experto no está en riesgo por más que lo comparta con otras personas. El conocimiento de una vida profesional de 30 ó 40 años no se transfiere de forma directa mediante conversaciones o documentos. El conocimiento se construye mediante práctica y reflexión y el que quiera gozar de un alto grado de conocimiento experto, tiene que estar dispuesto al sacrificio que ello conlleva. Por si fuese poco, nadie se convierte en experto sin estar absolutamente enamorado de lo que hace. Y es precisamente el amor por la disciplina que le apasiona lo que hace que difícilmente un experto sea capaz de reprimirse y guardarse lo que sabe.
2. Miedo al error. Se atribuye a Séneca una frase que sigue de absoluta actualidad en nuestros días: “Errare humanum est” (es propio del hombre equivocarse). Más recientemente, la sabiduría popular nos regaló un refrán inobjetable: “El hombre es el único animal que tropieza 2 veces en la misma piedra”. El error es un elemento con el que personas y organizaciones estamos obligados a convivir, ya que forma parte de la naturaleza humana.
La educación es un proceso en el que inculcamos miedo desde temprana edad en lugar de formar para la libertad. El resultado es que nos da susto llevar malas notas a casa, no cumplir las expectativas o ser peores que los demás. En el mundo de la empresa, inmerso en una cultura que celebra el éxito y valora a los triunfadores, el error es visto como algo vergonzoso, es un tabú que tiende a ocultarse por miedo a las represalias que conlleva. Sin embargo, el error es parte consustancial de la vida. Si haces todo lo posible para que evitar que ocurra, no tiene sentido temer al error, ya que coexistir con él resulta la única manera de aprender.El fracaso es, en muchos casos, la raíz del triunfo.
Ahora bien, es necesario entender que las personas no tienen miedo al error como tal, sino a las consecuencias que este acarrea. Generalmente, los errores tienen efectos negativos sobre las personas que los cometieron a pesar de que el error es involuntario, nadie quiere equivocarse. Una cultura que castiga el error envía un mensaje inconfundible: “Intentar cosas nuevas en esta organización se paga con el despido”.
En una circunstancia así, lo que cualquier profesional piensa es “equivocarse puede ser fatídico y me puede costar el trabajo, por tanto prefiero no arriesgar” y quien sale drásticamente perjudicada es la innovación. Innovar exige aceptar el riesgo y asumir que te vas a equivocar con mayor frecuencia de la que acertarás. De otra manera nadie se atrevería a experimentar ni a tomar una sola decisión. El error es una oportunidad para mejorar siempre que seamos capaces de aprender de él para que no vuelva a suceder.
¿Cómo podemos lidiar con el miedo? El miedo es el principal inhibidor de la innovación y del aprendizaje y solo se cura practicando. A nivel personal, el miedo es a menudo fruto de la falta de conocimiento. Tenemos miedo de las cosas que desconocemos, de todo aquello que no sabemos cómo controlar.
El mejor antídoto para el miedo en este caso es siempre adquirir más conocimiento, es decir aprender. Tu estabilidad laboral estará asegurada mientras inviertas en incrementar permanentemente tu conocimiento, pero también en generar una red donde te conviertas en una fuente que provee conocimiento a otros.
Necesitamos igualmente desdramatizar la trascendencia del error y para ello, no hay nada mejor que enseñar a nuestros niños, desde muy pequeños a enfrentar el fracaso, asegurarnos de que aprendan a perder. Edwin Land, fundador de Polaroid sostenía que el aspecto esencial de la creatividad es no tener miedo a fallar. Eso explica por qué los mejores estudiantes rara vez se convierten en los profesionales más creativos e innovadores.
A nivel organizacional, el miedo se combate con algunas recetas simples que aumentan los niveles de seguridad de los integrantes pero que rara vez se ponen en práctica porque requieren una alta dosis de generosidad por parte de los líderes: Transparentar la información con tus colaboradores, preguntarles, escucharles y ofrecerles oportunidades para participar, entregarles autonomía y garantizarles que el error se considerará como una oportunidad para aprender. En definitiva, demostrando que les tienes plena confianza.
El miedo aparece cuando no tengo el conocimiento para dominar la situación y llevarla donde yo quiero. El conocimiento no elimina el miedo pero ayuda a dominarlo o al menos, a no dejarse paralizar por el mismo. Por eso es tan importante la educación como instrumento para superar la ignorancia. El conocimiento produce justo el efecto contrario que el miedo: tranquilidad porque estás convencido de que tienes armas suficientes para resolver el desafío que se te plantee. ¿Sabes cuáles son tus miedos?
Fuente: Javier Martínez-Aldanondo
* Consultor y conferencista internacional. Experto en Gerencia y Gestión del Conocimiento
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