En los últimos años, la cantidad de profesionales dedicados a hacer coaching ha ido en aumento. No se trata de una moda, sino de una necesidad real de los ejecutivos y de las organizaciones modernas.
La figura del coach es muy diferente a la de los psicólogos, consultores o maestros. Ellos no dan soluciones; son facilitadores para que los demás descubran, por sus propios medios, la ruta hacia el aprendizaje.
El coach busca actuar de manera alineada con los objetivos de la empresa. Trabaja con equipos, ejecutivos y altos directivos para que estos descubran sus fortalezas y áreas de mejora.
Aunque la figura del coach se remonta incluso a la antigua Grecia, con el método socrático, podemos decir que el coaching moderno recae en la figura de Timothy Gallwey, quien, al entrenar a jóvenes tenistas descubrió que cuando ellos tomaban conciencia de sus propias habilidades y de lo que sucedía alrededor, el aprendizaje era mucho más efectivo que cuando él les decía qué hacer.
Más adelante, con los aportes de John Whitmore, la técnica se logró adaptar al mundo empresarial con muy buenos resultados.
¿Qué se necesita para ejercer el coaching con efectividad y excelencia? Lo primero es asumir el autoconocimiento como una norma, ya que el coach necesita comprenderse primero para luego ayudar a los demás a encontrar sus respuestas.
Lo segundo, es tener un interés verdadero por las otras personas y lo tercero, es nunca visualizarse como los portadores de la verdad.
Recalcamos: el coach no ofrece alternativas de solución, permite que los demás las descubran.
La preparación también es fundamental. Para ser un buen coach y hacer una diferencia es indispensable capacitarse e invertir suficientes horas en esta tarea. La experiencia es necesaria para generar transformaciones reales.
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